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21.1.11

Trillizos siameses

Un artículo de Ivonne Sheen

Lo nublado del cielo y el opaco de las almas ciega a los que dicen ser humanos y regurgitan palabras antes de pensarlas. El amor por ser libres equivalía al anhelo de estar juntos por siempre, figurativamente hablando. La necesidad de rememorar la esencia crucial, al alfa del verdadero tú, conlleva a recuperar todos los recuerdos, incluso a las personas que dejaste atrás como consecuencia del antifaz llamado independencia. Esta historia resulta sorprendente, condenada a ser sacrílega por haber faltado contra el sexto plato perteneciente a la carta del aclamadísimo restaurante Moisés, dispuesto a saciarte por completo, sin necesidad de buscar placer alguno: tres hombres se tomaron de las manos, levantándolas como si hubieran triunfado en alguna competencia. Tal vez sí triunfaron al descubrir cual era su verdadera esencia, juntos se convertían en ella. Los moralistas frente al monitor congestionaron las líneas telefónicas. Como jugando al bingo, presionaron muchos números a ver quién le atinaba. Incesto y homosexualidad fueron las dos palabras pronunciadas por el sacerdote con la mitra mayor. Ellos se encontraban confundidos, lo único que pedían era volver a ser unidos por las manos como cuando eran felices.
Todo comenzó en la Lima de aquellos días en los que aún faltaba una década para llegar al segundo milenio y la ciudad vivía acústicamente golpeada. El primer caso de trillizos siameses horrorizó a los conscientes de que en los periódicos existían más noticias que las manchadas por el color rojo de la sangre. Huérfanos desde el tercer llanto, se convirtieron en un reto para la ciencia. Estaban unidos por las manos, como si la naturaleza los hubiera condenado a andar por el mismo camino, mirándose de frente y sin perderse de vista. Como era predecible, los doctores comenzaron las declaraciones, alegando una operación sin mucho riesgo, prometiendo la apariencia de unas manos comunes y corrientes. La cita en el quirófano duró unas cuatro horas y los afortunados fueron cargados como trofeo de corredor de autos. Pero, ¿quiénes eran aquéllos bebés? ¿Quiénes se harían cargo de ellos? Al ser separados aún no habían sido bautizados con un nombre, estaban a la espera de que alguna pareja se apiade de su desdicha y los adopte. El primero en ser adoptado fue el bebé que se había convertido en la carne del sándwich: Joaquín. Luego, le tocó a Nikolai, el que compartía la mano izquierda. Uno tuvo que esperar un poco más y debido a que nadie venía por él, una enfermera, enamorada de su belleza, se hizo cargo y lo llamó Alessio.
Los padres adoptivos prometieron mantener a cada uno de los hermanos alejados, pues consideraban que era lo más saludable para ellos; sin embargo, todos tendrían el mismo segundo nombre: Martín. Las razones fueron el posible acoso y discriminación social. Joaquín creció en el seno de una familia adinerada, los Radovic, que le pagaban cuanto taller o profesor particular se les viniera en gana. Así, se convirtió en un chico muy culto y lleno de aptitudes. Sus pasiones eran el arte pictórico y culinario; su pintura favorita era la de una joven muy bella friendo un huevo de tres yemas en la misma sartén que le regalaron sus padres cuando se graduó de chef. Aquella sartén era única, tenía un mango de madera con grabados que hacían encajar perfectamente la mano del futuro chef. Cada vez que necesitaba plantear un nuevo menú, recordaba ese cuadro y se decía a sí mismo: “un plato tan sorprendente como encontrar un huevo de tres yemas”.
Mientras tanto, el Jorge Chávez anunciaba la llegada del vuelo número IBE0424, llegado desde la Madre Patria. El último en bajar del avión fue Nikolai Sánchez, un joven famoso por encandilar al público espectador de su maravillosa danza. Su última obra maestra fue titulada “Ella”, la cual no tenía inspiración clara (lo que Strauss llamó arte puro). Nikolai disfrutó de la independencia cuando se fue a la tierra de Sabina a aprender danza. Desde entonces, se desentendió de su familia adoptiva al no sentirse relacionado con ellos. No encontraba ese lazo que todos sentimos al estar lejos de nuestros seres queridos. Le gustaba tomar fotos de las personas y olía a mujer joven. No tenía opciones homosexuales, ni mucho menos evidencia de alguna especie de amaneramiento. Simplemente olía a mujer, le gustaba el perfume sutil y el efecto que este le da a las  personas. Le encantaba ver cómo hechizaba a los hombres y cómo las mujeres preguntaban el origen de aquel aroma. Sin embargo, el efecto que causaba en él era de un dejavú sin lentes, uno en el que el aroma de su cuerpo lo hacía sentir más cerca de “Ella”.
No muy lejos del aeropuerto vivía Alessio con su madre enferma. Para poder sobrevivir, elaboraba muñecas de porcelana. Las pintaba, les ponía rizados cabellos, confeccionaba los vestidos, todas perfectamente iguales. Decía que mientras más perfectas salían, se parecían más a ella. Todo transcurría con naturalidad, pero el cuerpo de su madre ganaba más peso que el de su alma y, minutos antes de la separación corpórea-espiritual, su madre lo tomó de la mano y le enseñó su cicatriz, dándole además una carta que había escrito con la esperanza de algún día ser sincera con su hijo. Él era un joven laborioso y comprometido, dejó de comer por unos días y usó el dinero ahorrado para buscar a los que completaría su soledad. Se convirtió en la sombra de sus hermanos y así los fue conociendo mejor. Decidió averiguar sus direcciones y enviarles cartas. Se compró una Underwood Universal Portable y escribió dichas cartas mientras los observaba a lo lejos, como usándolos de inspiración. Les contó los primeros días de sus vidas que nunca han recordado y adjuntó los periódicos que pasaron a ser archivo de la hemeroteca y donde, sin saberlo toda su vida, se encontraron sus primeras fotografías. Cada carta era escrita con la esperanza que cada uno de sus hermanos sintiera lo que él, Alessio, sentía. La última terminaba así: “sé que buscas lo mismo que yo, no mires detrás que no me reconocerás. Vamos a verla”.  
Se encontraron los tres hermanos con flores en las manos, admirándose. Eran idénticos. El sentimiento brotaba y no había necesidad de ninguna prueba. Ellos sabían, lo sentían. Le dejaron las flores y un viento fuerte se mezcló con el aroma del perfume de Nikolai envolviéndolos. Una lágrima se posó bajo la esfera que nos permite ver todo y se tomaron de las manos. Nunca debieron ser separados, se dieron cuenta que juntos eran ella. Cuando hicieron el pedido de volver a ser unidos, dos olas como un asesino tsunami cayeron sobre ellos y no comprendieron que el amor que profesaban no era más que el de tres hermano que nacieron con una anomalía peculiar que evidenciaba el amor y los deseos de ella.
La historia resulta conmovedora, es increíble cómo el amor puede llegar a ser más fuerte que el propio destino, como si algo los hubiera seguido toda sus vidas a pesar de que los mantuvieron lejos. En cada uno de ellos había un poco de ella, y ese fue su deseo: permanecerla viva en ellos. La soledad era parte de sus vidas, a pesar que se encontraban acogidos por personas que dijeron tener compasión por ellos, aunque sólo una, la madre adoptiva de Alessio, comprendió que si realmente quería a su hijo, debía darle la felicidad que siempre buscó, la oportunidad de encontrar sus otros puntos cardinales, convirtiendo al sentimiento en una energía más fuerte que la biológica y permitiendo que seres humanos permanezcan juntos sin necesidad de una unión corporal.
Sheen