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Ivonne Sheen



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Trillizos Siameses

¿Por qué soy una demente?
Es difícil aceptar un error, el orgullo a veces domina nuestra voluntad. Y dicen que es de valientes aceptar que tenemos alguna adicción denominada enfermedad. Sin embargo, en mi caso nunca tuve necesidad de aceptar nada, ni de sentirme valiente, ni de mucho menos pedir ayuda. Me declaré una demente cuando me di cuenta que caminaba en otra dirección y los hombros de las personas chocaban con los míos, haciéndome tambalear, cuando mis pensamientos iban más firmes que marcha militar. ¡
Para esto tuve que adentrarme en mí misma, y circular por las venas de mis pensamientos, llegar a los pulmones, purificarme, para luego llegar al corazón. Tenía que estar íntegramente dispuesta a aceptarlo y comprometerme en no confundirme. No dejar de ser yo la demente, así la sociedad me empuje al mar lleno de pirañas dispuestas a sacarte el alma y convertirte en un saco de huesos que sabe pisar tierra y que lleva por nombre cordura.
Paradójicamente, mi cura es rehusarme a sentar cabeza. Considero que mi demencia está relacionada con la pasión, con la montaña rusa de emociones, la ceguera por momentos –no veo bien, pero dicen que los ciegos tienen los sentidos del oído y el taco más desarrollados–, las ganas de experimentar situaciones peligrosas, desagradables, pero con voluntad de vivir y respirar cada día, sintiéndome como una pluma que nunca caerá de golpe. No necesito cura, así es más suave la caída.
Sufro de insomnio, prefiero no dormir. Experimentar la vida, verle un lado diferente a través del prisma, toma tiempo y es algo que hago a diario. Esté donde esté, hablando con mi padre, lo dejo oír y me sumerjo en mis pensamientos. Descansar mi mente ya no es natural, no puede descansar. Busca las formas de disociarse del mundo y poder desarrollarse libremente, sin baches que la hagan saltar para luego aterrizar fuertemente.
“Es un talento”, me dijeron una vez: poder vivir como si tuviera doble vida, una en la que todos existen y otra en la que sólo vivo yo y mi locura. Considero que tal vez sea correcto y sea un talento ser demente y, sin perder locura, llegar a ser humanamente ordinaria. Soy de la idea que la demencia está en el espacio, está en nosotros y el mundo acústicamente desordenado nos hace dar vueltas hasta tele-transportarnos mágicamente a un modo visual que nadie más puede apreciar.
Me di cuenta que estaba demente cuando descubrí que corporalmente ya no estaba presente y que era un centímetro más alta de lo normal, porque ahora vivía sobre mi locura. Vivo por ella y sobre ella. Me encuentro en un limbo lleno de gente que irrumpe en mi  proceso de sinapsis y provocan cortos circuitos dándome media vuelta, dándome una vista heterogénea. Sin embargo, no me encuentro sola porque sé que le pertenezco a alguien, y es que cobró vida y me dominó con sus ideas locas. Le pertenezco a mi mente, soy la Señora de Mente.